La Ciudad Zeta

Percy Harrison Fawcett nació en 1825 en Devon, Inglaterra. Desde joven se enroló en el ejército, para el que serviría durante varios años en Ceilán. Más tarde trabajaría para el servicio secreto, -sin dejar la milicia-, en el norte de África. En 1906 recibió el encargo de la Royal Geographical Society para comandar una expedición encargada de delimitar las fronteras entre Bolivia y Brasil.
Durante tres años estuvo cartografiando la región y cuando el encargo llegó a su fin, Fawcett abandonó el ejército y prosiguió las exploraciones financiándolas por su cuenta o con el patrocinio de diversos periódicos. Así, sus expediciones tuvieron bastante eco en su país natal debido a los peligros que arrostraba (tribus hostiles, peligrosos animales, naturaleza salvaje, orografía, accidentes, hambre, etc.) e incluso en un relato suyo de un viaje a las colinas Ricardo Franco se inspiró Arthur Conan Doyle para localizar su famosa novela El mundo perdido. En total encabezó siete expediciones a las selvas sudamericanas entre 1906 y 1924, con un breve paréntesis a causa de la I Guerra Mundial, ya que el coronel regresó a Inglaterra para luchar.

En los últimos años Fawcett había estudiado mucho la arqueología de la región. Así surgiría su interés por una gran y antigua ciudad perdida que estaba convencido de poder hallar en las junglas brasileñas. Aparte de viejos relatos y dudosos indicios el coronel creía en la existencia de esa ciudad, -que denominaría "Z"-, a causa de un ídolo de piedra negra, con misteriosos signos esculpidos, que le había regalado el escritor y también aventurero, sir H. Rider Haggart. Tras adquirir un mapa antiguo de la zona del aún poco conocido Mato Grosso, al SO de Brasil, en el que aparecía una ciudad sin nombre, Fawcett decidió organizar la que sería su última expedición.

El coronel siempre había tenido problemas en sus viajes para encontrar compañeros fiables. Pero esta vez le acompañarían su hijo mayor, Jack, y un amigo de éste, Raleigh Rimell. Fawcett siempre había preferido los pequeños grupos, que pudieran valerse por sí mismos y podrían ganarse más fácilmente la confianza de las tribus nativas y evitar así los ataques. Planeó la ruta con sumo cuidado y, sabedor del peligro que afrontaría, dejó dicho que si no regresaban no debía enviarse ninguna otra misión de rescate.


                                                    Jack Fawcett                  Raleigh Rimell   

El 29 de mayo de 1925, desde el campamento bautizado Caballo Muerto en el Mato Grosso, Fawcett enviaría un postrero mensaje a su esposa. Despidieron (con sus cartas) a los porteadores que les habían ayudado hasta allí y se adentraron solos en territorio desconocido. Eso fue lo último que se supo de ellos, ya que desaparecieron en la selva y nadie más les volvió a ver de nuevo.

A partir de ese momento en Inglaterra, -aunque también en otros lugares-, se vivió una auténtica fiebre por hallar a los exploradores desaparecidos, atizada por los diarios que supieron hallar su particular El Dorado. Así, y en contra de los deseos del propio Fawcett, durante más de veinticinco años se organizarían numerosas expediciones de socorro.

Surgirían a partir de entonces abundantes rumores, como el que situaba a un anciano blanco errante por las selvas y no faltaron testigos que afirmaban haber visto a Fawcett en la región de Minas Gerais y otras.

En 1928 el comandante George Dyott, al mando de una de aquellas marchas, indicó su convencimiento de que el coronel inglés y sus compañeros habían sido asesinados por los calapos, una tribu de la zona. Dos años después, el periodista Albert de Winton contactó con los propios calapos y corroboró la tesis de Dyott. Pero a Winton también le iba a engullir la jungla y jamás regresaría. Igual suerte correría el suizo Stefan Rattin, que había vuelto del Mato Grosso en 1932 y perjuraba que había hallado a Fawcett al norte del río Bamfin, aunque era prisionero de una tribu. Con el fin de liberar al coronel y probar sus afirmaciones organizó otra expedición a la selva pero nunca más se supo de él.

Con las sucesivas desapariciones, el convencimiento de la familia de la supervivencia del coronel, y el papel de los periódicos, la fascinación de la opinión pública iba en aumento. Se sostuvo que las tribus le mantenían prisionero como un trofeo prestigioso, cualquier resto de brújulas, valijas o botas eran indicios para seguir la pista del coronel y circularon leyendas sobre indios blancos, posibles descendientes de los exploradores perdidos.

Nuevas expediciones se dirigieron al Mato Grosso sin poder confirmar nada hasta que ya en 1951, el brasileño Orlando Vilas Boas dijo que un cacique calapo aseguraba haber asesinado a los exploradores y conocer el lugar donde estaban sus restos. Vilas Boas se llegó a fotografiar con un cráneo, -que afirmaba era el de Fawcett-, para terminar con una nueva historia que sugería que el coronel en realidad había encontrado un fabuloso reino perdido al estilo de El Dorado y se había quedado allí, bien por la fuerza bien por propia voluntad.

La leyenda de la misteriosa desaparición de Fawcett continuó viva durante décadas y hasta en fecha tan reciente como 1996 se organizó la última expedición conocida en busca de las huellas del coronel. Pero René Delmotte y James Lynch tampoco pudieron llegar muy lejos porque una tribu indígena les retuvo durante varios días amenazando con matarles. Al final pudieron salvar las vidas pero perdieron el equipo valorado en 30.000 dólares.

Después de setenta años de su desaparición, la jungla aún se muestra muy peligrosa para los que se aventuran a intentar seguir los pasos del intrépido y evanescente coronel Percy H. Fawcett.

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